martes, 25 de octubre de 2016

LA POESÍA DE LA VIOLENCIA EN MARÍA MERCEDES CARRANZA




Las ventanas muestran paisajes destruidos,
carne y ceniza se confunden en las caras,
en las bocas las palabras se revuelven con miedo.
En esta casa todos estamos enterrados vivos.



Carranza ve en la poesía y en la función social de la palabra la oportunidad de nombrar los problemas de una sociedad colombiana, en la que los gritos y lágrimas que dejan la muerte se asumen como un hecho cotidiano. Por ello además, destaca y recupera, en cierto modo, el elemento unificador que la poesía despliega entre los hombres y en el tiempo en el que se va configurando la historia.
Carranza hace una interpretación poética del territorio y de la sociedad que tanto le incumbe e inquieta, alcanzando así la esencialidad y la sencillez de la reflexión humana sobre lo que acontece, reflexión en la que destacan sobre todo los aspectos de novedad y crítica que introduce.
Carranza, a quien en su obra le preocupa sobremanera la noción del lenguaje, nunca dejó lejos de su mirada ni fuera de su obra poética la preocupación e interés por el entorno que la rodea. Al respecto, José Emilio Pacheco en el prólogo de Poesía Completa de esta poeta, afirma:
“María Mercedes Carranza nunca fue indiferente a la diaria tragedia de Colombia y de nuestra América toda. El canto de las moscas permanecerá como la elegía más sobria y también más doliente a las muertes plurales y a las víctimas anónimas” (Carranza, 2004: 13).



El canto de las moscas
La obra el Canto de las moscas de María Mercedes Carranza, es un amplio campo que permite hacer el análisis de diversos factores que están implícitos en la realidad de Colombia, una realidad que ha estado caracterizada por la violencia y la fragmentación social.  En el Canto de las moscas Carranza recorre la geografía de Colombia, de una nación disgregada no sólo por su naturaleza, sino por sus diferencias socioculturales y económicas.
Es la violencia, lo que va unificando en este recorrido, el país con la mirada poética de Carranza. A propósito, Pacheco anota: “En El canto de las moscas los nombres-Necoclí, Dabeiba, Humadea, Ituango, Taraira, Cumbal, Soacha- forman la letanía de la sangre, la música de nuestra interminable danza macabra” (Carranza, 2004: 13).
Más adelante, señala Pacheco: “los poemas son epitafios colectivos rodeados de silencio por todas partes, un silencio que se opone al estruendo de las armas y al clamor de los gritos” (Carranza, 2004: 14).
Es en el Canto de las moscas donde se hace evidente que la visión de Carranza va más allá de lo humano, parece que ella nos quiere hacer notar que después de tanta muerte no queda ya ni siquiera el hombre. Lo que queda es la naturaleza afectada por el ruido del desierto que el hombre y el desarrollo ha fabricado. Su reflexión sobre el hombre en esta situación mortal se ve expuesta en su poesía en la que ya no aparece el yo, sino que parece venir de más allá del hombre, con lo que pone el énfasis en la dedicación al otro y en la salida fuera de los límites de la individualidad y sus prejuicios narcisistas.
La enunciación de la violencia
Es la violencia lo que reúne bajo un mismo conjunto espacios alejados y marginados por la visión mono-política de una centralidad que históricamente ha descuidado las regiones y que en el mejor de los casos las tiene en cuenta para explotar sus recursos o para minar las relaciones humanas de sus habitantes. El recurso a las provincias alejadas y olvidadas vuelve a encontrar el eco de una crítica a la razón y al desarrollo de lo urbano, de lo central y del poder.
Después de haberse dado cuenta de sus influencias, encuentra su manera particular de referirse a un mundo en conflicto, a una época signada por la violencia, por el olvido y la catástrofe social y se refiere a ello mediante un lenguaje depurado, que se critica a sí mismo y que se destina al otro como principal garante de su esfuerzo creador. Por ello, es válido sobre lo que de su poesía escribe, Fernando Garavito: “la escritura de María Mercedes Carranza fue un persistente ejercicio contra el poder” (Carranza, 2004: 15). Es de esta manera que, su palabra adquiere una identidad y un destino, pues logra acercarse a lo humano, a lo que verdaderamente importa retratar. La condición de una sociedad se evidencia en estos poemas breves donde la desolación del ser es patente.
Y es así puesto que no sólo se destaca la condición social marcada por la violencia sino también la caracterización geopolítica de un territorio y de un ambiente amenazado por la muerte. De este modo, sus cantos adquieren un alcance social colectivo, pues integra lo marginal y le gana terreno a una memoria bastante afectada por la indiferencia y por el dolor silencioso y no reconocido del otro.
Se puede afirmar que Carranza recorre los terrenos de la desesperanza en un mundo, un país y una época, que lejos de ser la caracterización local de un territorio, es ya una exposición de la condición humana.
Su poética se adentra y recrea los espacios en los que la destrucción se ha convertido en cotidianidad o en los que el tedio invade el sentir, como en el poema “Bogotá, 1982”:
en las calles empinadas y siempre crepusculares,
luz opaca como filtrada por sementinas láminas de alabastro,
ocurren escenas tan familiares como la muerte y el amor,
estas calles son el laberinto de andar y desandar
todos los pasos que al final serán mi vida. (Carranza, 2004: 100).

Búsqueda de un lenguaje con sentido

Carranza emprende una búsqueda interior que le dé a la palabra, lo justo, sin mayor artilugio, el sentido preciso, y en esta búsqueda de lo propio que emprende, encuentra un lenguaje justo que le da una identidad a su propio lenguaje. Al respecto Fernando Garavito señala que cuando ésta se enfrenta al momento de su escritura, “ya ha tenido que librar una cruenta batalla silenciosa”, y a pesar de que la escritura es una sed, una herida que no acaba de curarse:
ahí  está, en el fondo de su deseo, esa urgencia de decir, de expresar el universo que la rodea, lleno de palabras que pierden su contenido en la altisonancia, de creaciones verbales rutilantes, de maestros intocables, de memorias colectivas apegadas a la tradición, pero también de frases que restallan como un látigo…” (Carranza, 2004: 25).

Esa búsqueda de un lenguaje poético la va desarrollando en su propia poesía, de modo que prepara poco a poco ese lenguaje y esa visión sobre el mundo y lo humano en que retrata no solamente su encuentro consigo misma sino también el encuentro con su país, con las dolencias de su tierra y las injusticias humanas.
Si bien la senda poética de Carranza va entramando la búsqueda de un lenguaje humano  que logre vislumbrar el dolor y la destrucción de una sociedad, es en El canto de las moscas donde logra sintetizar su anhelo por una palabra justa, sintética, breve, pero que al mismo tiempo logra esclarecer las zonas oscuras de la meditación y de la acción social que tan amenazada se le presenta.
La búsqueda de un lenguaje y de un contenido que tenga raíces en lo propio del territorio, que a la vez muestre toda la miseria y la experiencia propia de sus integrantes, es lo que marca el inicio de su poesía.
En poemas como “Métale cabeza” Carranza reclama una palabra sin artilugios, que sea sincera y que dé cuenta de la realidad del hombre. Un lenguaje que sea resultado de una crítica sobre la misma poesía y que integre dimensiones que hasta ese momento han estado disgregadas dentro del universo poético en el que la poeta habita.
La poesía de Carranza comienza caracterizándose por un desencantamiento del mundo, en el que resalta la vivencia del hombre en toda su cotidianidad, cotidianidad marcada por la relación entre lo colectivo y lo individual, entre lo marginal y lo reconocido, entre lo local y lo universal.
Se destaca la crítica sensible a una nación injusta, segmentada y socialmente en ruinas. Carranza parece encontrar en la historia las raíces del sufrimiento; explotación por la hegemonía económica, un país fragmentado en provincias donde lo que prima es el abuso y la violencia. La nación está agrietada por los problemas sociales que se ven evidenciados en el abandono, en la inequidad, en la injusticia, en la violencia.
La crítica de Carranza se enmarca dentro de lo que puede calificarse como una puesta en duda del progreso económico y del desarrollo social y cultural de occidente. Pero no se ha dejado llevar por el colectivo modo de olvidar y percibir un mundo cotidianamente destructivo, sino que ha señalado los espacios de reflexión que el poema instaura para así diferenciar y no engrosar la historia de olvido y de resignación que la violencia siembra en cada paisaje aterrado del corazón humano.
Las moscas que cantan sobre la muerte, a pesar de que dan cuenta del desamparo del hombre, de su errante acontecer, son las mismas que sobreviven al hombre y derrumban el poder porque éste no corresponde sólo a lo público y político, sino que carga de artificios al lenguaje. Carranza logra pues devolverle la acción a la palabra, desnuda de todo interés ¿qué alcance tendrá?
Así, Carranza nos da alientos para no rendirnos ante el desastre, su poesía invita a la reflexión y actúa, pues la recepción de su obra implica un actuar que derriba barreras y aporta a la construcción de nuestro habitar en sociedad y nuestra relación con el otro, gracias a la palabra vuelta poesía.
De este modo, la poesía  de Carranza logra hermanar al hombre que sufre, a la nación fragmentada por un desarrollo cuyo signo esencial es la violencia y a la naturaleza destrozada como parte fundamental y testigo del poder de la muerte, ya los ríos de sangre no se quedarán en silencio, sino que las voces se levantarán en una voz colectiva, en un dolor que se expresa, se comprende y se puede sentir.


Bibliografía
Carranza, M., M. (2004). Poesía completa y cinco poemas inéditos. Bogotá: Alfaguara.
Carranza, M., M. (2013). Poesía reunida & 19 poemas en su nombre. Bogotá: Letra a Letra.
 Vanegas, B. (2011) El Canto de las moscas (Versión de los acontecimientos) Espiral, Revista de Docencia e Investigación.1, (1), 101 – 118.
Yepes, E. (2011). Regiones en vías de extinción: El Canto de las Moscas de María Mercedes Carranza. Lingüística y literatura. (61), 107-127.

Por: Yuly Andrea Durango

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